Comentario
Pocas son las escritoras que aparecen con nombre propio en las tradicionales clasificaciones de la literatura latinoamericana o hispanoamericana, o en las definiciones de movimientos, influencias, tendencias. Sin embargo y con mucha diferencia las letras han sido el primer espacio personal y después social de muchas mujeres en la Historia Contemporánea de América Latina. Por una razón - que cabe suponer- y es que ese espacio no es recibido ni definido ni entregado o reconocido por nadie sino que basta, sin simplificaciones, que cada una de ellas se lo haya concedido a sí misma. En el XIX aquellas primeras composiciones de adolescencia o juventud empezaron a tener un valor social en tertulias, veladas poéticas, Juegos Florales y Revistas Femeninas. Pero aún eran en parte una literatura de público definido, ya que a través de aquellos mecanismos se restringían en cierto modo los lectores, y la literatura o es universal o no es literatura. En todo caso, las destrezas poéticas y la lectura de las primeras letras femeninas formaban parte del bagaje cultural de las mujeres bien situadas, como el piano, el canto, el protocolo, el saber estar o los dechados. Las cubanas Juana Borrero, Brígida Agüero, Emilia Bernal, Adelaida Mármol, Luisa Molina, Dulce Mª Borrero, Mercedes Matamoros, Mercedes Valdés; las peruanas Adriana Buendía, Manuela Villarán o Ángela Enríquez, del círculo de Juana Manuela Gorriti; Delmira Agustini uruguaya de la Generación de 1900 y la dominicana Amelia Francasi vivieron este momento literario. Algunas pioneras ya por entonces llegaron a los periódicos, como la periodista colombiana Soledad Acosta ,Domitila García, primera mujer cubana fundadora de un periódico y Ana Mora, nacida en Cuba también; Mª Manuela Nieves, peruana, o Mariblanca Sabas en los primeros años del XX en Cuba. Otras tuvieron a lo largo del siglo una producción literaria definida, propia, que creó escuela y abrió espacio: Clorinda Matto de Turner, Juana Manuela Gorriti, Mercedes Cabello de Carbonero, Eduarda Mansilla, Carolina Freyre, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Pepita García Granados o Lola Larrosa.
Las cosas empezaron a cambiar al final del XIX y principio del XX. Las primeras tituladas universitarias no sólo ejercieron su trabajo y publicaron estudios, artículos, monografías y libros científicos -como la mexicana Berta Gamboa o las cubanas Laura Mestre, María Luisa Milanés y Julia Martínez- sino que descubrieron otra posibilidad de dar poder, de universalizar su palabra: la prensa. Es el caso de Mª Teresa Chávez, María Moreno, las cubanas Rosa Krüger, Luisa Pérez de Zambrano y su hermana Julia Pérez de Montes de Oca, Ofelia Rodríguez, Dolores María Ximeno y Nieves Xenes; la dominicana Virginia Elena Ortea o Rosario Puebla, argentina. No pocas de las escritoras latinoamericanas han iniciado su trayectoria literaria como articulistas ofreciendo sus apreciaciones sobre la realidad y/o también, en algunos casos, la ficción literaria -novelas por entregas- etc. Otras emprenden un trayecto diferente, la enseñanza directa en Escuelas y Colegios, luego tímidamente en la Universidad, y la formación de formadoras en las escuelas normalistas, que hacen compatibles con la literatura: Josefina de Cepeda en Cuba, Emma Gamboa en Costa Rica; Carolina Poncet en Cuba ya en los primeros años del XX. Otras mujeres de entre siglos emprendieron directamente la literatura, como Lucila Gamero, Carlota Garrido, Lastenia Larriva, Ercilia López de Blomberg y Teresa de la Parra. Trayectorias diferentes han sido las de Rosario Puente; Adela Zamudio o María Eugenia Vaz y su poesía metafísica.
El siglo XX supondrá un gran cambio, gradual desde luego. La Poesía pasa de formar parte de las convenciones de cortesía burguesa del criollismo liberal decimonónico a ser el espacio de expresión de las "transgresoras" de ese orden. La ruptura vital con lo que algunas mujeres consideraron valores sociales impuestos, la tensión de estar en el punto de mira, el haber saltado la barrera de los papeles establecidos les lleva a la creación de un espacio personal, reclamando a veces -también desde la narrativa o la prensa- el espacio social para la mujer en el nuevo tejido de ciudadanía. Imbuidas por las aspiraciones sociales del Radicalismo -tendencia política imperante en América Latina entre 1900-1929- hacen de la escritura un arma. Un medio reivindicativo que a su vez dotan de autenticidad con el compromiso político o sindical activo. Por otra parte las nuevas ideas que llegan de Europa a través de la inmigración y de la Cultura van siendo asimiladas y reinventadas por el doble imaginario latino y femenino. Las Revistas y en general el concepto de escritura femenina pervive pero evolucionado. Y esto desde todos los niveles sociales. Un ejemplo de esta evolución personal y literaria se da en las venezolanas Enriqueta Arvelo y Ada Pérez de Guevara que va desde unos primeros versos provincianos y familiares a reconocidos libros de poemas ya en Caracas; Elysa Ayala, y Teresa Lamas, paraguayas; la pionera de la novela mexicana Refugio Barragán o su compatriota Enriqueta Camarillo; en Paraguay la también pintora Nathalia Bruel, en Argentina, César Duayen, Matilde Vélaz y Ada Mª Elflein, las chilenas María Monvel e Inés Echeverría y la argentina Blanca C. Hume. Por su parte, Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini, ambas uruguayas, representan la disolución o superación del modernismo. Luego les seguirán las vanguardistas a partir de los años 20: Luisa Israel argentina, como Norah Lange; Enriqueta Lebrero; la costarricense Carmen Lyra, Gabriela Mistral, Silvina Ocampo, o Alfonsina Storni.
Conmocionados primero por el Crack del 29, después la Gran Depresión -con repercusión en todas las economías latinoamericanas- y después por la Segunda Guerra Mundial, una nueva etapa de pensamiento y praxis política se abre para los países latinoamericanos: el Populismo, que en la literatura de forma general va a significar la toma de conciencia de los escritores, la superación de la vanguardia por los problemas reales. En este marco surgen las cubanas María Álvarez Ríos, América Bobia, Lydia Cabrera, Mercedes Serafina Núñez, Lesbia Soravilla, Ciana Valdés, las hermanas María Villar Buceta y Aurora Villar Buceta, y Rosa Hilda Zell. En la intelectualidad del México post-revolucionario y priísta y luego prolongadas en el tiempo se iniciaron las trayectorias literarias de Pita Amor, Dolores Bolio, Amparo Dávila -secretaria de Alfonso Reyes- Sara García Iglesias, química y farmacéutica, Asunción Izquierdo, Elena Poniatowska, Concepción Sada o Blanca Lidia Trejo. En el Perú el Indigenismo de Mariátegui y el programa político de Raúl Haya de la Torre generan y se nutren de una intelectualidad combativa y expresiva: Rosa Arciniegas, Blanca Luz Brum -de compleja trayectoria- Magda Portal y Ángela Ramos. Otro círculo vinculado a este era el artístico de José Sabogal, marido de la escritora María Wiesse. En otros ámbitos peruanos hay que destacar a Carlota Carvallo, creadora del personaje Rutsí, y a Elvira Ordóñez. En Chile aparece la figura de Catalina Recavarren. Son los años de Lucila Palacios en Venezuela; de Mª Luisa Bombal, María Calvente, Luisa Mercedes Levinson, Isaura Muguet periodista de origen español; la escritora de arte Blanca Stabile; el inicio de Alicia Steinberg y María Dhialma Tibesti en Argentina. En Bolivia surge Hilda Mundy periodista transgresora desde la Guerra del Chaco, y en Ecuador Mary Corylé. Las chilenas Marta Brunet, Blanca Santa Cruz, y la directora de El Peneca Elvira Santa Cruz, Elisa Serrano y Pepita Turina lanzan sus producciones literarias. Se consolidan no ya las "letras femeninas" sino la literatura profesional escrita por mujeres. Y este proceso se extiende en el tiempo pero llega a todas partes: en Paraguay destaca la figura de Dora Gómez Bueno y los comienzos de Concepción Leyes; en Uruguay Sara de Ibáñez, Josefina Lerena, y una incipiente Idea Vilariño; en El Salvador, Claudia Lars, poeta de rango y en Honduras Clementina Suárez.